Revista digital Culturamas, 15-10-2013
“Ninguno de vosotros cree hasta que quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo”– Mahoma
Todo juicio sobre una realidad determinada ha de estar provisto de un conocimiento serio y pormenorizado de la cosa juzgada, pues si éste no se da en nosotros, lo más probable es que acabemos expresando una opinión dominada por prejuicios y falacias, frutos maduros (y tóxicos) de la orgullosa ignorancia. El tema del Islam es paradigmático a este respecto, porque pone de manifiesto nuestro proverbial descaro para analizar lo que no comprendemos -y no parecemos querer comprender-; así, censuramos o alabamos la religión musulmana en base a una impresión sesgada de su mensaje y sus prácticas que nos es inoculada desde los “imparciales” telediarios y periódicos.
La importancia fundamental de esta obra radica en su acercamiento respetuoso y objetivo al Islam, que es descrito desde dentro, a saber: tomando las palabras contenidas en el Corán y los Hadices, además de la historia pasada y presente de los países árabes. El conjunto de ensayos resultante aúna rigurosidad filosófica y hermenéutica con un estilo accesible, lo que nos permite ver con claridad una tradición cultural y religiosa muy alejada de la nuestra. Así, su fondo queda establecido desde un principio a partir de una distinción radical: por un lado, está el mensaje de Mahoma; por otro, la idea (y práctica) de un Estado Islámico política y socialmente constituido, acuñada tras la vida del profeta. Muy bien lo explica Virginia Moratiel:
“Lo que podríamos llamar el corazón de su pensamiento consiste en abordar la realidad con clara conciencia de las metas y autocontrol, es decir, con buen carácter y sin enfadarse, siendo el amor a los demás, la paciencia y la resistencia pasiva, los instrumentos adecuados para lograr cualquier transformación en el mundo. Descubriremos, en fin, que su mensaje es universal y válido para todas las épocas, solo que los intereses políticos de los grupos implicados en la primera comunidad y en el desarrollo posterior del Islam impidieron su correcta transmisión” (pp. 39-40)
La biografía vital y espiritual de Mahoma atraviesa esta obra; su figura se erige como lo que es: una de las personas más influyentes de la historia y la cultura humanas. Convirtió un territorio desértico, donde sus habitantes poseían un comportamiento marcado por el “salvajismo feroz, el pleno materialismo, donde el dinero y las riquezas eran los valores supremos”, en una civilización unida bajo un solo dios, una sola moral y una sola lengua. Ese ambiente salvaje en el que nació el profeta es muy relevante, pues nos lleva directamente a uno de los hilos argumentales de este ensayo: el lugar de la mujer en el Islam. En el esquema social imperante de las tribus árabes preislámicas primaba una estructura intensamente patriarcal donde las féminas cumplían la función de simples esclavas al servicio del hombre. El profeta otorgó a las instituciones de las que emanaba esta grave represión un carácter relativo, por lo que en sus mismas enseñanzas puso las bases para la superación de esta injusticia. No se quedó ahí, sin embargo:
“Intentó elevar la posición de las mujeres dentro de su sociedad, predicando con el ejemplo y con la palabra la dulcificación de su trato y erradicando la “eutanasia” de niñas. Exigió también el trato digno de las esclavas (…). Dio a las mujeres la posibilidad de acceder a la educación desde la infancia a través de las escuelas coránicas” (p.85). También abrió la puerta a la idea de que “la mujer casada no es propiedad del marido. Ella tiene completa libertad para decidir respecto de su vida estrictamente personal y, por supuesto, también sobre su matrimonio” (p.88)
Ahora bien, su vida estuvo marcada, tras su primer y monógamo matrimonio con Jadiya -del que nació Fátima-, por la poligamia. Numerosas mujeres le rodeaban; entre ellas, Aisha, que era apenas una niña cuando fue casada con Mahoma. El profeta -inevitablemente- siguió las prácticas tradicionales de su pueblo natal y la mujer quedó en un segundo plano, lo que se muestra claramente en los ideales femeninos más importantes del Islam: el de las ya mencionadas Fátima, hija callada, devota y santa, y el de Aisha, esposa joven, sometida y dispuesta sexualmente. No podemos olvidarnos tampoco de las huríes, las divinidades femeninas que recompensan a los hombres en el paraíso. Como vemos, el sesgo patriarcal es muy evidente; todas estas mujeres se encuentran a expensas del hombre y viven por y para él. A pesar de esta clara injusticia, hay signos que desvelan una intención de igualdad por parte de Mahoma, siendo uno de ellos este sermón, en el que utiliza sorprendentemente un “lenguaje inclusivo”:
“Los musulmanes, las musulmanas, los creyentes, las creyentes, los que oran, las que oran, los verídicos, las verídicas, los constantes, las constantes, los humildes, las humildes, los limosneros, las limosneras, los que ayunan, las que ayunan los recatados, las recatadas, los que recuerdan y las que recuerdan constantemente a Dios, a todos estos Dios les ha preparado un perdón y una recompensa enorme” (p.93).
El avance ético y ontológico que el profeta demostró con sus discursos es evidente, mas algunas de sus costumbres, influidas por las tribus preislámicas que le vieron nacer y añadidas a las instauradas por sus sucesores políticos, han creado un Islam no muy halagüeño para el sexo femenino, que es sistemáticamente sometido. La autora de este magnífico ensayo nos hará volver en su parte final al principio del mismo, a la escisión que desangra esta religión: por un lado, el mensaje de Mahoma, universalizable y amoroso, adaptable a toda época y circunstancia; por otra, el Islam político, creado por intereses “terrenales”, injusta y desigualitaria manera de organizar la vida humana que impera en la actualidad (y desde la muerte del profeta).